La primera cuestión en la educación para la paz es distinguir entre conflicto y violencia. Mientras que los conflictos son parte común de la vida, e incluso fundamentales para enriquecer la diversidad humana, la violencia es una forma de enfrentarlos a través de la imposición, usando la fuerza o dañando al otro.
La violencia es el uso del poder para mantener una relación de desequilibrio e inequidad en favor de una de las partes en conflicto.
Cuando las personas analizan conjuntamente un conflicto, a menudo asumen que si se enfrentaran a los mismos hechos compartirían un mismo análisis de la situación. Esto no es así. Factores como la posición social, el poder, la riqueza, la cultura, la historia (social y personal), el género, la edad y la pertenencia a un grupo social son fundamentales para entender las diferencias entre las personas y la forma en la que cada individuo o comunidad entiende un conflicto.
Sumemos a estas diferencias las percepciones mediadas por la relación entre las partes de un conflicto, cómo se ven entre ellas (víctima/victimario, racional/irracional, hombre/mujer, amigo/enemigo, rico/pobre, con estudios/sin estudios). Por lo tanto, solucionar conflictos está lejos de ser una tarea sencilla. Veamos el caso de Luis y Alejandra…
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Para transformar un conflicto y evitar que lleguemos a la violencia debemos ir a las raíces que generaron el problema:
A menudo nos enfocamos únicamente en la violencia como la parte visible de los conflictos, pero no indagamos en los desequilibrios menos visibles que están detrás y que llevan a la violencia, o que la sustentan en el tiempo.
Necesitamos entender las diferentes actitudes y supuestos (perspectivas, sentimientos, emociones y creencias), o el choque entre intereses y necesidades incompatibles que pueden existir entre dos individuos o grupos y que llevan a un conflicto. En pocas palabras, debemos enfocarnos en entender las partes menos visibles de un conflicto (Gráfica 3).